Digámoslo con Madarlaga

Joaquin Calomarde
 

     Quien en su conocido texto "España" afirmaba que Valencia sólo quería ser Valencia y que, por tanto, los valencianos, si así lo deseaban, tenían suficientes elementos propios para afirmar la propiedad de su lengua diferenciada, la valenciana. Lo que me interesa es subrayar el verbo inicial. Valencia quiere ser Valencia.

     Estos días están proliferando afirmaciones absurdas respecto a los ánimos crispadores de algunos. Creo honestamente que no sólo es inexacto sino profundamente injusto. Los valencianos no desean crispar a nadie. Ni están crispados, ni son violentos, ni hay que pacificarlos, ni son locos, ni están de atar. Tonterías. Los valencianos han dicho claro y alto, sin complejos y en completa tranquilidad, que quieren ser valencianos. Eso es lo esencial.

     Y tienen pleno derecho a ello. Las fuentes del mismo son históricas, sociales, lingüísticas y políticas. Pero sobre todo ello, aun siendo enormemente importante, hay un factor fundamental: la voluntad soberana del pueblo valenciano. Que se plasmó en su Estatuto de Autonomía y que hay que respetar para ser nosotros mismos respetados. 

     Aquí no hay anticatalanismo alguno. Perogrulladas. Lo que hay, y se expande poco a poco entre nuestra sociedad cada día más consciente de ello, es un sentimiento, una idea y un propósito evidente: ser valencianos ante todo y ante todos, con tranquilidad, comedimiento pero de un modo explícito, tajante y sin dobles lenguajes. Somos valencianos deseosos de ejercer nuestra valencianía donde haga falta, comenzando por Valencia, en primer lugar. 

     Valencia quiere ser Valencia porque le parece bien, porque soberanamente es oportuno y responde a su historia, tradiciones, voluntad y destino colectivo. Los valencianos no somos anticatalanes. Pero sí exigimos, responsablemente, respeto y miramiento: el que nos corresponde como un pueblo libre y seguro de sí mismo que desea autoafirmarse viviendo en paz con el resto de Comunidades Autónomas de España. Los valencianos, por ello mismo, no somos antiespañoles. Todo lo contrario. Ser valenciano es nuestra forma de ser español. Por eso reivindico en este artículo la herencia de Madariaga. Nunca los valencianos han querido construir su autonomía, o reivindicar sus señas legítimas de identidad, en contra de los demás pueblos o comunidades españolas. Jamás. Ha sido al contrario desde hace demasiado tiempo como algunos de entre esos valencianos ([os que desearían que nuestro territorio se denominase País Valenciano y nuestra lengua catalana, así como nuestra bandera y nuestras propias costumbres) los que han llevado adelante campañas suicidas y, lo peor, estériles, en contra del valencianismo sentimental, intelectual, cultural y, en última instancia, político. No los demás, ellos.

     Querer, pues, ser valencianos y que se nos respete precisamente por ello es legítimo, históricamente veraz y cívicamente conveniente. Y además reivindico con nitidez el valencianismo cultural. Aquél que debería impregnar toda acción propia de la sociedad valenciana hacia dentro y hacia fuera de nosotros, aquí y en el resto de España. Valencianismo en modo alguno excluyente, pues, sino integrador, plural y abierto. Moderado y tolerante. Lo que ocurre es que para moderarse y tolerar hay que saber quien se es, desde donde se habla y que se defiende. De lo contrario corremos el riesgo de caer en la anomia y la insipidez colectivas.

      Nuestra comunidad tiene enormes capacidades de cara al futuro. Convendría no malograrlas. Los valencianos podemos ser una Comunidad políticamente fuerte y nuestro poder se construirá directamente proporcional a nuestra capacidad y decisión cultural.

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